Indígenas urbanas

13

Miradas en tránsito
escrito por Angélica Abelleyra

Tránsito. Movimiento. Traslado. Migración de migraciones. Trabajo precario, asentamiento efímero. Desplazamientos en varias capas. Son mujeres, son indígenas y escogieron a la ciudad de México como el nuevo lugar, su hogar. 

Lucero González se encarga de acompañarlas con su cámara. Recorre la mirada en el galerón destartalado y luminoso; entre las diademas a punto de ser rojas; al lado del gallo citadino y el mural que vocifera lucha reivindicatoria; entre sábanas blancas y manteles risueños de fruta. 

La fotógrafa documenta procesos. Se resiste a hacer folclorismos y a retratar a las indígenas para imágenes de postal o aparador. Sus testimonios son de crecimiento, de evolución en una ciudad agreste, competitiva. De mujeres tejedoras con una historia de violencia y discriminación al interior y al exterior de sus colectivos pero que en la ciudad se han organizado -junto a sus maridos o sin ellos- para reivindicar su derecho a una vivienda digna, a un empleo bien remunerado, a un trato igualitario en los trabajos del hogar. A un buen vivir en lo posible, pues. Isidra sonríe. Vive en Xochimilco y conduce con solvencia su bicicleta. La primera imagen es sólo la rueda delantera de su medio de transporte y los atisbos de su pantalón de mezclilla y zapatos. Aquí no hay rostro, pero cuando lo vemos, placentero al frente de la cazuela donde prepara sus alimentos, es como si sonriera siempre, al igual que las sábanas recién lavadas, puestas al sol. O como las frutas de pulpa y hueso en el platón de barro o las fresas y limones en el mantel de plástico que reciben con júbilo a los botones de rosa. 

Angélica contesta el teléfono. Atiende el interfón. Orienta. Enseña. Comparte. Marcelina acude a un foro de trabajadoras del hogar. Coqueta, se enfunda en un vestido negro sin hombros, saco y zapatos de medio tacón. Camina hacia el pesero. Lo aborda, y sonríe. No importa ¿o sí? el camino largo y ardoroso por el calor: es su trayecto de casa a oficina y de regreso. Ya en el hogar, el saco va para afuera y en medio de la sala, coquetea con la cámara. 

Isidra, Angélica y Marcelina son migrantes, procedentes de Puebla y Oaxaca. Orientan y capacitan a trabajadoras del hogar en el conocimiento de sus derechos a una remuneración digna, horarios adecuados de labor, acceso a la salud y negociaciones con sus empleadores para acabar con tratos discriminatorios e indignos. 

Clic. Las triquis hacen diademas de plástico. Recortan primero, bordan después con los rojos encendidos similares a sus huipiles. Todo, al borde de la acera, junto a los autos estacionados en el Centro Histórico, en medio del trajín del comercio ambulante. Su otrora espacio es tan luminoso como amarillo; también descarapelado. Y aún con el abandono que inunda a este galerón, el recorrido con la vista se habita de sorpresa; no sólo por el color y sus contrastes sino porque allí el MULT (Movimiento Unificado de Lucha Triqui) tuvo su sede y refugio en el Centro Histórico de la ciudad de México. Junto a cortinas, floreros y diablitos llenos de mercancía del ambulantaje, estas tejedoras y sus compañeros construyeron su territorio interno y lo llevan al exterior para hacerse de un pedazo de calle, un trozo de banqueta que será su taller creativo, su modo de vivir. 

De aquel piso amplio, a los integrantes de la comunidad triqui se les reubicó en un conjunto habitacional por la zona de Potrero. Y en medio de los patios comunes han surgido murales que reivindican su lucha, tan ardua como añeja pero donde una de sus mujeres ocupó ya el cargo de la mayordomía. Se trata de Alejandra García, quien decidió ser mayordoma en 2011 porque así lo quiso, lo pidió y tuvo el dinero para organizar la fiesta. Su rostro amable contrasta con la mirada penetrante y feroz de la triqui pintada en la pared. 

Reunión documental de historias felices, pues todas han sorteado dificultades, tienen logros y no alimentan la cultura de la queja, a la fotógrafa le importó ser espejo que devolviera a las otras su propia mirada en donde plasmar su potencial de cambio, sus múltiples formas de reinventarse, de construir una nueva identidad y una ciudadanía transformada. 

En anteriores proyectos, Lucero González se interesó en congregar a fotógrafas indígenas que relataron sus propias Mudanzas. Ahora, ella misma retrata el movimiento de estas mujeres del MULT o aquellas organizadas en el CACEH (Centro de Apoyo y Capacitación para Empleadas del Hogar) para documentar su tránsito de casa al trabajo, del puesto ambulante a la otra acera, y platicar sobre sus formas de organización, la conciencia de sus derechos colectivos y ciudadanos, re-fundados en una urbe que han tomado como suya con todo y la discriminación, el clasismo y la indiferencia que les mostramos. 

Con su lengua de origen más el español asimilado, familias transformadas y nostalgias que implican el retorno a sus pueblos para acudir sólo a sus fiestas de Santos, Muertos o cambio de mayordomías, la fotógrafa observa a sus iguales como vividoras del presente, tratando de ir más allá de la sobrevivencia y asumiendo su fortaleza y capacidad para defenderse. Sin actitudes pasivas ni sometidas. Una de las fotografías que más le gusta es la de un agujero azul: trozo de bache, segmento de ventana o reflejo de cielo que permite el paso clandestino hacia no sabemos dónde. “Esta foto soy yo, metiéndome en lo que me importa“, platica. Su interés en las migraciones es añejo además que ella misma es migrante, como lo somos nosotros de muchas maneras en el tránsito constante al reconstruir espacios, derechos, lenguas, vidas internas y reivindicaciones sociales para una convivencia, en verdad, humana.